Quistococha es una suerte de zoológico combinado con centro recreativo ubicado al sur de Iquitos, en medio de la Amazonía peruana. A la par que hay ocasión de ver ronsocos (a.k.a. capibaras), paiches, monos araña, boas y lagartos, puedes disfrutar de un día de sol, arena y agua a orillas de la laguna de Quistococha.
El nombre de Quistococha tiene origen mítico. Se dice, se cuenta, que al centro de esa laguna hubo alguna vez una isla de fauna cautivante. Pero era una zona algo complicada para la caza y la pesca. Temblores sacudían la zona con más frecuencia de la deseada. Un buen día, continúa la leyenda, los nativos locales pidieron la intervención de un sacerdote católico, que llegó al lugar, rezó con fervor y finalmente arrojó un crucifijo al lago. En ese instante todo retumbó, la isla se hundió bajo las aguas y del lugar emergió una boa gigante que salió rauda y se internó selva adentro. Así surgió el nombre de Cristo-cocha, la cocha del Cristo. Con el pasar de los años, el nombre devino en Quistococha.

En el camino de entrada a Quistococha, tal como cuando la visité por primera vez, con no más de 7 años, se encuentran una serie de losas en las que se cuentan e ilustran diversos relatos de las más típicas leyendas amazónicas. El tiempo no ha sido generoso con las ilustraciones, me disculparán los artistas. Yo recuerdo que algunas escenas podían asustar. Y por lo que veo en las fotos más recientes, hoy algunas hasta dan ternura.
Me asustaba, por ejemplo, la pintura de la Runa Mula, una suerte de jinete demoníaco que vaga por la jungla montando una yegua que echa fuego, causando terror. Una especie de Carter Slade charapa, es decir.

Otra historia, cargada más bien de nostalgia y pena, es la del Ayaymama, un pájaro cuyo canto —que aseguran que suena como un niño gritando ‘ay, ay, mamá’— inspiró la historia de dos hermanos pequeños que se perdieron en medio de la selva y, clamando por su madre, se convirtieron en pájaros.
O a la Motelo Mama, la madre de los motelos —tortugas de tierra amazónicas—, tan gigante que su movimiento causa grandes sismos en la selva.
Temblores tan intensos como los que se les atribuyen a la Yacumama, la madre del agua, una anaconda de proporciones bíblicas que, dicen, cuentan, habita sumergida en los ríos amazónicos. Recuerdo que años atrás un reportaje hablaba sobre un sorprendente surco aparecido repentinamente en medio de la selva, como si una bestia mitológica hubiera pasado por ahí. Era, claro, la Yacumama.

O quizás, quién sabe, su prima, la Sachamama —que algunos traducen como “madre tierra”— una boa que, esta vez, anda tierra adentro en la selva.
El bufeo colorado, que existe, es también objeto de leyenda. Cuentan, dicen, que se convierte en hombre y seduce a las mujeres de los caseríos ribereños. Similares actividades se le atribuyen al Yacuruna, una mezcla entre monstruo del pantano y Aquaman, que supuestamente seduce a las mujeres y las lleva a ahogarse dentro del río.
Y hay varias historias más, muchas: que el tunchi, que el chullachaqui y su pierna enana o torcida —según cada relato—, y etcétera, etcétera.
Pero un mito no amazónico, sino que falso de toda falsedad y producto de imaginaciones que han pisado poco o nada la Amazonía, es el que cuenta, cree, que ahí se da alguna suerte de culto a la llamada Pachamama, del quechua “madre tierra”.
La Pachamama es una divinidad andina. De los Andes. De la sierra sudamericana, vaya. De las montañas, por si aún no me he dado a entender. Que de la selva, nada.
Quizás, si me permiten ensayar alguna explicación de por qué sí en un lado y en otro no, podría ser porque en la selva la tierra no es tan dada al cultivo. No me malentiendan, la tierra es pródiga en frutos únicos y deliciosos, pero la mayoría de estos se dan naturalmente, sin mayor intervención humana que la de ir a recogerlos. Así que, creo, no hay esa necesidad del imaginario amazónico de pedirle, hacerle ofrendas y demás, a una “madre tierra” que permita que la cosecha sea provechosa, porque la selva siempre ha sido generosa en la flora y fauna que la habitan.
Y por otro lado, que los incas llegaron apenas a lo que hoy llamaríamos selva alta o ceja de selva. Eso permitió, seguro, que el quechua permeara algunas regiones (y que hoy se hable de yacumama, sachamama, etcétera), pero su cosmovisión andina no logró echar raíces selva adentro.
Advertidos están. Que quien les diga que en la Amazonía la Pachamama significa algo, los está estafando. Como quien les diría que pueden encontrar tiburones nadando en el Gran Cañón del Colorado.
*Ilustración: David Ramos con Seedream IA (https://chatllm.abacus.ai/fRpFrknszm)
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