Déjame que te cuente, peruano

Por alguna razón me sé bastante bien la proclama del 28 de julio de San Martín: “Desde este momento el Perú es libre e independiente por la voluntad general de su (luego la googleé para verificar y es “los”, no “su”)  pueblo(s) y por la justicia de su causa que Dios defiende”. No sé por qué me la sé tan bien. Nunca fui José de San Martín en la escuela ni hice públicamente la proclama ni tal. Pero me la sé bastante bien.

De hecho, permítanme una confesión: durante buena parte de mi vida he sido muchas cosas menos el patriota peruano número 1. Y no es algo de grande tampoco. Me daba una soberana pereza llevar la escarapela a la escuela durante todo julio, y tocaba comprarla a 50 céntimos con más frecuencia de la necesaria en la puerta del colegio para cumplir con el patrio deber que permitía que entrara uno a clases.

Tampoco fui un gran fan de poner la bandera en casa, cosa que había que cumplir por la amenaza de la multa. 

Así que no es mi plan comenzar mintiendo, jurándome más peruano que Francisco Bolognesi. No, esta es más bien una contrición.

Pero por alguna razón me sé bastante bien la proclama de San Martín. “Desde este momento el Perú es libre e independiente…”.

¿Mi defensa? Alguna puedo ensayar. ¿La mejor que se me ocurre? Que me cuesta amar los conceptos abstractos: “la patria”, “la nación”, “el país”. Pero sí que me he enamorado desde chico de las tierras y personas concretas. Desde mi natal Trujillo, la primada en la independencia nacional; hasta mi adoptiva Iquitos, “la isla bonita” de la Amazonía peruana. De sus festejos con marinera y cumbia y sus castillos de cohetes, hasta sus dolores en los arenales de Nuevo Jerusalén o en la parte baja de Belén.

Me he cubierto con el manto de la Virgen de la Puerta en Otuzco y me dejó sin aliento contemplar Machu Picchu. Me he bañado en la hermosa Punta Sal y me he deslizado por las dunas de la Huacachina.

Y soy de esos seres extraños que aman el cielo gris panza de burro de Lima.

Me encanta la papa a la huancaína de Tanta tanto como el caldito de gallina en el Wusa o en el Fonseca, en Trujillo; y el arroz chaufa del Salón de la Felicidad del Barrio Chino de Lima.

Ya les digo, que me es más fácil quedar cautivado por lo concreto que por los abstractos.

Es que… ¿qué es “la patria”? ¿Qué es “la patria”, Zavalita? ¿Qué es “la patria”, ChatGPT?

“El lugar o comunidad a la que una persona siente que pertenece, por razones de nacimiento, cultura, idioma, historia, afecto o compromiso”, ensaya el robot.

“Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”, replica la RAE.

Zavalita no sabe siquiera en qué momento…

Tengo algunos problemas con “la patria” como concepto. Perdonen, me corrijo. Tengo algunos problemas con el uso que las sabandijas políticas de siempre, durante los más de 200 años de independencia, le han dado a “la patria”: haciendo morir a tantos por “la patria”, abandonándolos a su suerte, para arreglar las cosas por debajo o por encima de una mesa. Tantas veces.

Ese uso de “la patria” me cae mal. Y en mi cada vez menos corta vida ya he visto esas jugadas, tanto desde la franja derecha como de la izquierda de la misma cancha llamada Perú.

(“Dios va a decidir este drama en que los políticos que fugaron y los que asaltaron el poder, tienen la misma responsabilidad. Unos y otros han dictado con su incapaz conducta, la sentencia que nos aplicará el enemigo”, le escribió Francisco Bolognesi a su esposa, poco más de un mes antes de dar la vida resistiendo al ejército chileno, en 1880).

“Desde este momento el Perú es libre e independiente…”.

Este será el séptimo año que pase las fiestas patrias lejos del Perú (sí, sí, “la patria”). Quizás es eso. La distancia me ha ablandado los sentimientos. Que “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”.

La distancia da otra perspectiva, además. Que el festejo patrio mexicano de septiembre se me hace mucho más intenso. ¿Se imaginan a cada ciudad del Perú volcada en su respectiva Plaza Mayor o Plaza de Armas para cada 28 de julio cerca de la medianoche recordar multitudinariamente la proclama de la independencia de San Martín? Eso es aquí la noche del 15 de septiembre, por aquello que se conoce como el “Grito de Dolores”.

“Desde este momento el Perú…”

Entonces sí, me da envidia. Que si es sana o no, vaya Dios a saber. Pero envidia. Y quisiera, hoy sí, mi escarapela. Y quisiera, hoy sí y sin multa, mi bandera.

Pero si me permiten, desde la distancia —que no es tanta, tampoco, desde la hermandad de historia y tradiciones que comparten México y Perú—, les propongo algo: Celebremos juntos este 28 de julio a “la patria”. Gritemos a viva voz que “¡Viva el Perú!”. Cantemos y bailemos valses, festejos, huaynos y marineras.

Pero, claro, pero. Les propongo aterrizar un poco el término de “la patria”. Que no es solamente un himno, una bandera, una escarapela, unas canciones y ya. Que “la patria” puede ser también esa basura que no debes arrojar a la calle so pretexto de que no hay un basurero, que “la patria” es también no miccionar en la vía pública, que “la patria” es, claro, no pasarse el semáforo en rojo ni arreglar (guiño, guiño) el problema con el policía de tránsito.

Que “la patria” es seguramente, pienso, creo, sospecho, estoy casi seguro, cuidarnos y respetarnos todos.

Y así, siendo cada día mejores peruanos, hacer un mundo mejor. Y quién sabe, hasta logremos tener mejores gobernates y congresistas.

“Desde este momento el Perú es libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende. Viva la independencia! ¡Viva la libertad! ¡Viva la patria!”.

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