39

¿Ganaste, papá?, me preguntó Sofía la mañana del domingo, al verme llegar con medalla en la mano de la carrera de 10 kilómetros. Sí, le dije, me gané a mi mismo. ¿Y quién llegó segundo?, repreguntó.

Es interesante cumplir 39 años. Oficialmente, según las estadísticas peruanas, ya estaré pisando la segunda mitad de la vida. Que me quedan, en el mejor de los casos, algo menos de 39 por delante. 

Además, este será el último año en el que pueda correr en la categoría “libre” en las carreras. Que se acercan los 40, y con ello, la categoría “master”, que lejos de ser un elogio académico es —¿a quién vamos a engañar?— un reconocimiento de que la vejez nos pisa los talones a mejor ritmo por kilómetro de los que podamos correr.

Porque si bien nadie sabe ni el día ni la hora, sí que sabemos que el segundo tiempo del partido está más cerca del final.

Pero hoy pensaba en algo mientras corría los 10 kilómetros. Que no es la primera vez que se me viene a la cabeza, y algo de eso ya he escrito antes. Que correr te da algo de perspectiva ¿filosófica? de la vida. 

Que correr —un maratón, medio, 10K, 5K, lo que sea— es como la vida. Que comienzas fresco, con los pies ligeros, que poco a poco comienzas a sentir el peso de los kilómetros. Que ir cuesta arriba no es lo mismo en el kilómetro 2 que en el 6 o 7.

Y que lo importante es la perseverancia. No se trata de quemar las piernas en una salida híper veloz para luego estar rengueando o acalambrado a la mitad del camino. Que no importa en verdad a quiénes pasas o quiénes te pasan. Que correr, como la vida misma, no es una competencia contra los demás sino contra ti mismo.

Resiste. Mantén el ritmo. Evalúa cómo estás, qué puedes mejorar, qué tienes que corregir. No pares (sigue, sigue, dice la canción).

Que correr es como vivir y que vivir es como correr: que hay cuestas arriba, que la tentación de fijarte demasiado en que puedes pasarte a tal o cual o que por qué este cree que te va a poder pasar si míralo que no le da el físico. ¿Y si haces trampa y das la vuelta ahí donde no debes?

Como la vida misma, es decir.

¿Y me puedes regalar tu medalla?, me preguntó Sofía.

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Vista desde la baranda de una gran lancha amazónica al atardecer, con dos bufeos colorados emergiendo cerca en el río. Next post Amazonas adentro, parte II

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