Amazonas adentro, parte I

La despedida poco antes de la partida —a lo que creíamos que sería la partida— fue mítica. No por mí, sino por un gran amigo y socio del viaje, Marco, que había tomado la decisión de partir de su natal Iquitos para ir a estudiar a Trujillo, al otro extremo del país. Quizás fui yo quien lo convenció de eso. Que la gran ciudad costeña, que el futuro profesional, que las oportunidades laborales. Pero la idea de hacer el viaje en lancha fue toda idea suya. Corría el año 2005.

Aunque conocida con cariño como “la isla bonita”, Iquitos, en el corazón de la región amazónica peruana de Loreto, no es exactamente una isla, pero casi. Alguna vez referencia mundial por la exportación del caucho, a Iquitos el agua la tiene prácticamente rodeada: el lago de Moronacocha, el Amazonas y dos de sus afluentes: el Nanay y el Itaya.

Salvo la carretera de alrededor de 100 kilómetros rumbo sur que lleva a Nauta, donde los ríos Marañón y Ucayali pierden sus nombres y aparece formalmente el Amazonas, Iquitos está conectado con el resto del país y el mundo de dos formas: por río y por aire.

El plan era sencillo, sobre el mapa. Tomar una lancha que partiría de un puerto en el río Nanay. La embarcación tomaría luego como camino el Amazonas para después seguir por el Marañón. De ahí, la lancha surcaría el Huallaga hasta tocar tierra firme en Yurimaguas, casi en la frontera de Loreto con la región San Martín. Tiempo estimado de viaje fluvial: Entre dos días y medio y tres días, río arriba, contra la corriente.

El viaje continuaría en carretera: Nos quedaríamos un par de días en Tarapoto y luego un viaje casi infinito en autobús para llegar a Trujillo.

Viajar en río en la Amazonía no es como tomar un autobús que llega a las 2 de la tarde o a las 3, a más tardar. O un avión, que con algo más de exactitud llega al aeropuerto. No. Una lancha llega cuando llega. Se espera que llegue mañana, pero podría ser en un par de días. Algo así nos dijeron en el puerto cuando fuimos a coordinar el viaje.

Creo que pasaron cuatro días hasta que la lancha llegó. Era una embarcación gigante de metal, dividida en tres pisos: el primero principalmente dedicado a carga y los dos superiores a pasajeros.

Había categorías. En el segundo y tercer piso podías encontrar salones amplios con postes dispuestos para poder colgar las hamacas. Pero también había habitaciones de cuatro pequeñas literas cada una en el segundo piso, y “suites” en el tercero. Estas últimas tenían una cama amplia, un ventilador y un televisor, lo que suma el mayor lujo posible en un barco de estos. Por 80 soles, poco más de 20 dólares actuales, tomamos los camarotes del segundo piso.

Los amigos llegaron al puerto a decir adiós. Emoción, cariño, nostalgia. Y nos subimos a la lancha.

Aunque con camarotes contratados, nos permitimos la licencia de colocar nuestras hamacas en el casi vacío salón del tercer piso. Estábamos listos. Pero el barco no. Así como llegan cuando llegan, salen cuando salen.

Sobre las 7 de la noche nos avisaban por el altavoz que no partiríamos aún, que será mañana. Que si queríamos volvíamos a nuestras casas y nosotros qué pena con la vergüenza. Que volver a casa y decir que ja, ja, qué creen, que no nos fuimos, que probemos otra vez la despedida al día siguiente. Gracias, pero no gracias.

Salimos del puerto, tomamos un mototaxi rumbo a una pollería. No se enteró nadie, creo. Quizás todos nos imaginaban navegando, cuando estábamos a dos calles cada uno de su propia casa, cenando pollo y papas fritas.

La noche siguiente, ya río adentro, nos descubría intentando los silbidos que, dicen las leyendas, invocan al tunche o tunchi, un fantasma amazónico que acecha en las profundidades de la selva. No funcionó.

Muy cerca de las 2 de la madrugada, aún sobre cubierta, mirando la luna gigante sobre el río, vi dos estrellas caer desde el cielo. Como si hubieran estado sostenidas por un par de hilos delgados que fueron, repentinamente, cortados. Primero la una, luego la otra.

Alienígenas, diría el meme. Ni idea, digo yo.

Y era apenas la primera noche adentrándonos en el Amazonas.

*Pie de foto: Imagen generada con inteligencia artificial en Canva, creada por David Ramos.

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