Cómo gané un medio maratón sin llegar primero
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Cómo gané un medio maratón sin llegar primero

Se dice fácil. Que la vida es como un maratón. Porque se entiende: que no es una carrera de velocidad, no hay que hacer las cosas a prisa, pero hay que mantener el ritmo hasta llegar a la meta. Y así se obtiene la victoria, llegando. Se dice. Se dice fácil. Pero entonces, medio maratón es como pasar media vida.

Tiene sentido. La esperanza de vida en América Latina es de 76 años, dice el Banco Mundial. Llevo 38, casi 39. La mitad de la vida. Medio maratón. Tiene sentido.

Entonces, que la metáfora me sirve. Que vivir la vida entera es como correr un maratón, que vivir la mitad de la vida sería como correr medio maratón. Todos lo entienden, muchos lo dicen. Pero, ¿cuántos en verdad han corrido siquiera un medio maratón?

Dice RunRepeat —que algo, no se cuánto, pero algo le sabe al tema de las carreras y los corredores— más de 2,1 millones de personas corrieron medios maratones en 2018. Ese año, de acuerdo al Banco Mundial (otra vez ellos, porque ellos sí que algo saben de números, quizás más que nada para cobrar préstamos), caminábamos sobre la faz de la Tierra unas 7.600 millones de personas.

Haciendo acrobacias matemáticas —con una generalización digna de gran vergüenza pero que de algo sirve, si de algo sirven las generalizaciones—, podríamos decir entonces que más menos, en un año cualquiera (o quizás sólo en 2018, para el caso), el 0.028% de la población mundial corre un medio maratón.

Se dice fácil: la vida es como correr un maratón. No se corre tan fácil.

El domingo 13 de julio cerca de 30.000 almas (27.061 sería la cifra oficial) recorrimos en Ciudad de México los poco más de 21 kilómetros que determinan legalmente que se trató de un medio maratón.

Recorrimos, en buena parte corrimos. Aunque, lo confieso, también caminé. Poco, pero caminé. Hay momentos en la vida, y en los medios maratones, en los que hay que bajar las revoluciones, ir más pausado, que mejor llegar un poco más tarde que no llegar.

Y después de 2 horas con 25 minutos y 57 segundos (tiempo chip), llegué. De pie. Ni el primero ni el último. Pero eso, ¿qué importa? Llegué. Mejor que el 2024, que también llegué, pero gracias al hombro de un buen cirineo que me cargó en peso pocos metros antes de la meta porque las piernas, acalambradas, dijeron no más, estuvo bueno, hasta aquí llegamos.

Este año no fue así. Este año llegué con mis propios medios y fuerzas enteras. Completé el medio maratón a la mitad (teórica) de la vida.

Pero en el camino pasó la media vida misma. Los 38 años. Emoción, ilusión, euforia, triunfos, derrotas de golpe, dolor, frustración, desconexión entre lo que quieres y lo que puedes, decisión, resistencia, resiliencia (para incluir la palabra motivacional que no pasa de moda, a ver si al SEO le resulta simpático esto).

Más dolor, esperanza. ¿Por qué tanta gente ha llegado a apoyarnos sin que seamos sus nadas con esos mensajes de “no te conozco pero estoy orgulloso de ti”? Es decir, a los que levantan el cartel de “Edna, apúrate que hay que comprar el pan” los entiendo. Pero a estos porristas voluntarios, generosos, como aquellos que con sus carteles de la estrella o el hongo de Super Mario para darnos más energía imaginaria nos recargan enteramente el alma, que finalmente sostiene a las piernas, no los entiendo. Pero les agradezco desde el fondo de mi ser. 

Porque quizás es difícil de explicar cómo se siente un medio maratón, si no fuera porque es —de verdad— como la vida misma.

Como ese momento en el que ya no sientes las piernas, ya no sabes qué exactamente te sostiene sobre el mundo, pero vas. El mundo no se va a parar a esperarte, la meta está adelante. Eso pasa cada día, en las películas, en la vida, en los medios maratones.

Y llegas. Y la victoria no tiene —para todos, y para mí no, al menos— forma de podio. La victoria se lleva dentro. Es saber que estás vivo, que se pudo, que se puede, que se podrá más.

Porque la carrera nunca fue contra aquel que estaba a tu lado al comenzar y que no volviste a ver, porque te pasó o porque lo pasaste. Tampoco contra Martín Magengo Kiprotich, ugandés que corrió los mismos 21 kilómetros que yo en mucho menos de la mitad del tiempo que me tomó a mí, y sí fue el primero. La carrera, como la vida misma, es un tú vs. tú.

Y frente a mi yo que hacía trampa en el Test de Cooper en la secundaria (las disculpas hasta el cielo, Profe Sánchez), el 13 de julio me gané a toda velocidad.

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